Fuerte como la muerte
Era la mañana del jueves santo del año 2016. Amaneció nublado. Las tres niñas miraban caricaturas mientras yo aspiraba la casa, y mi marido leía. Hacia las 11 am sonó el interfón; seguridad anunciaba que el señor Gabriel quería verme. Intenté sacar de mi memoria alguna pista que me sugiriera la identidad de la extraña visita, pero no encontré nada. “¿Qué Gabriel?” le pregunté. “No sé señora. Dice que conoció a su padre, que estuvo con él cuando murió y que tiene algo importante que decirle”. Sentí una descarga helada que recorrió mi espalda. Le pedí al policía que lo hiciera esperar en la entrada del fraccionamiento. Saqué a mi esposo de sus páginas y le pedí que me acompañara un momento, que había una visita muy extraña esperándome. El señor Gabriel fumaba un cigarro, con el rostro intensamente sombrío. Tenía alrededor de 60 años. En su semblante se leía una vida gastada en el dolor. Su mirada transparentaba sabiduría. “Hola María” me dijo sereno. “Tu no me conoces, pero ...