Alguien:
Jesús mío, veo tus manos llenas, abundantes, dispuestas a dármelo todo, tu vida entera. Mis manos, en cambio, vacías. No tengo nada que darte; todo lo bueno que hay en mí, de ti lo he recibido. Sólo mi pecado es verdaderamente mío, mi nada. Duelen mis manos vacías, que no tienen nada que ofrecer a cambio de tanto amor.
Jesús:
Qué hermosas manos, perfectas. Vacías las quiero para que recibas todo de mí. Cuanto menos haya en ellas, más espacio encuentro para amarte. Recibe mi amor, que para eso has sido creado. Cuando tus manos vacías se llenan de mí, me lo has dado todo.
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