Un reloj sin relojero II


Este post es la continuación de Un reloj sin relojero. 
 La conciencia de la pequeña muerte y de la gran muerte, es decir, del sufrimiento humano y de la inminente desaparición definitiva de cada persona, es quizá, junto con la experiencia del mal, el detonante más potente de la historia del pensamiento y de la reflexión sobre el significado de la propia existencia. En Salvici doloris, Juan Pablo II lo explica con una admirable claridad: “el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera humanamente aún más profunda, si no encuentra una respuesta satisfactoria. Esta es una pregunta difícil, como lo es otra, muy afín, es decir, la que se refiere al mal: ¿Por qué el mal? ¿Por qué el mal en el mundo? Cuando ponemos la pregunta de esta manera, hacemos siempre, al menos en cierta medida, una pregunta también sobre el sufrimiento”.[1] En Fides et ratio, una de las encíclicas más relevantes del siglo XX, el papa polaco extiende su reflexión y concluye que la “experiencia diaria del sufrimiento, propio y ajeno, la vista de tantos hechos que a la luz de la razón parecen inexplicables, son suficientes para hacer ineludible una pregunta tan dramática como la pregunta sobre el sentido”.[2] Al mismo tiempo, la esperanza de un sentido se ve confrontada con el hecho inevitable de nuestra muerte, y surge entonces un anhelo por “saber si la muerte será el término definitivo de la existencia o si hay algo que sobrepasa la muerte”.[3] En el contexto de esta experiencia límite, se presenta la necesidad de hacer una elección fundamental, o Dios o nada. Quien elige la primera opción, comienza la interminable y magnífica aventura de descubrir al creador; el que opta por agotarse en el mundo, vivirá torturado por su finitud. Ante el dolor de la propia nada, comienza un proceso de evasión y de olvido. No es difícil ver cuál ha sido el camino elegido por el mundo; sus hábitos lo delatan, y confirman además que sin Dios, la vida es una huída. 
 En un magnífico artículo publicado en Letras Libres, Mario Vargas Llosa hace notar que el hombre contemporáneo busca escapar del aburrimiento a cualquier precio. Por ejemplo, a través del consumo de drogas busca “aplacar las dudas y perplejidades sobre la condición humana, la vida, la muerte, el más allá, el sentido o sinsentido de la existencia”.[4] Y es que la única manera de soportar la durísima realidad del sinsentido, es a través de la evasión. Eso explica que en una sociedad sin Dios, abunde toda clase de ruido, de distracción, de activismo, de consumo, de espectáculo, etc. ¿Se puede hacer algo más que soportar el dolor de existir? ¿Disfrutar la vida? ¿Se puede disfrutar la vida, cuando al mismo tiempo se experimenta como una eterna y constante muerte?


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1. Juan Pablo II, Salvici doloris, 9.
2. Juan Pablo II, Fides et ratio, 26.
3. Juan Pablo II, Fides et ratio, 26.
4. Vargas Llosa, M., La civilización del espectáculo en Letras Libres, Febrero 2009, p. 17.

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