¿Creer o no creer?
Fragmento de mis reflexiones sobre la lectura de Introducción al cristianismo de Joseph Ratzinger:
El creyente y el no creyente, al final, no son tan distintos. De hecho, son iguales en cierto sentido. Ambos participan de la misma estructura doxológica, es decir, ambos son creyentes. La diferencia nominal es engañosa, porque sugiere que sólo uno de los dos se embauca en asumir un riesgo que parece nocivo para la existencia humana, porque deja entrar en ella la incertidumbre. Para el modernismo, que busca sobre todo la certeza, y que reduce a la racionalidad a su dimensión empírica y logicomatemática, eso puede parecer una traición, porque saca al hombre de la seguridad racional, porque abre espacios para que penetren las tinieblas del dogmatismo. La acusación proviene de una concepción reducida de racionalidad, que absolutiza al pensamiento calculador, al factum y al faciendum, y les atribuye el monopolio de la verdad. Pero esa concepción es ingenua, porque pasa por alto que ella misma emerge justo del objeto de su crítica, pues el modo de entender a la racionalidad humana como algo reducido a su capacidad de cálculo, proviene de una elección doxológica que no puede medirse según sus propias exigencias, es decir, que no se puede justificar cumpliendo con los requisitos que ella misma demanda. No puede darse a sí misma las licencias que ella misma exige a cualquier forma de racionalidad. Lo que distingue entonces al creyente del no creyente, no es tanto que uno crea y otro no, sino que creen de un modo distinto. Por eso, la pregunta radical que determina la colocación existencial de cada persona, no es si cree o no cree, sino en qué cree.
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