La vivencia de la técnica
Fragmento de mi tesis:
Muy consciente de que intentar dar respuesta a la pregunta por los efectos
de la civilización técnica sería una tarea interminable, Ratzinger se limita a
ofrecer tan solo un apunte, que tiene que ver con la situación religiosa del
hombre de su tiempo.
El análisis se basa en la transformación que ha sufrido la relación del
hombre con la naturaleza:
En todas las culturas que ha habido hasta ahora
–dice Ratzinger–, el hombre vivía en una dependencia estrecha y directa de la
naturaleza. En la mayor parte de las profesiones que tenía la posibilidad de
ejercer, era conducido a un encuentro simple y directo con la naturaleza en
cuanto tal. Esto se ha modificado en gran manera desde la irrupción de la
técnica. En efecto, la tecnificación del mundo tiene por consecuencia que, en
la mayoría de los casos, el hombre ya no tiene que ver con la naturaleza en su
simple inmediatez, sino que solo se encuentra con ella por medio de la obra de
la técnica.
Esta transformación tiene, para Ratzinger, un alcance extraordinario.
Tanto, que modifica incluso la manera en que el hombre entiende a Dios y se
entiende a sí mismo. La razón principal de esta profunda alteración es que el
encuentro con la naturaleza es uno de los principales puntos de partida de la
experiencia religiosa, y la técnica se ha infiltrado en lo más íntimo de ese
encuentro. Esto no puede pasar impunemente: “si el acceso a la naturaleza está
desfigurado –piensa Ratzinger– o se ha modificado de manera fundamental, se ha
truncado con ello una de las fuentes más originarias de la existencia
religiosa”.[1]
De qué manera ocurre esa relación entre el encuentro con la naturaleza y lo
religioso, es una pregunta que habrá de responderse en otra ocasión. Lo cierto
es que, si es verdad que existe tal relación, uno no puede más que pronosticar
un terremoto en la dimensión de lo religioso en el hombre, porque, en efecto,
la distancia que actualmente existe entre una persona de ciudad y el mundo
natural es escandalosa. Basta con alguno de los abundantes párrafos de Hans
Freyer para sentir vértigo ante esta realidad, sobre todo si recordamos que
fueron escritos hace 70 años, y que Freyer no había visto lo que aún estaba por
venir: la revolución informática.
Millones de habitantes de las grandes ciudades
no ponen durante toda la semana un pie sobre la tierra real, sino sobre puro
asfalto, linóleo, piedra artificial y vidrio templado. En cuanto se posa un
prado, una roca o, por lo menos, un camino de grava, se habla ya de una
“excursión”. ¡Qué conmovedor pensar que nos evadimos de este mundo cuando bebemos
Coca-Cola bajo acacias polvorientas![2]
¿Qué diría Freyer si viera los juegos de video, los iPhones, las redes
sociales, los mundos virtuales, el universo infinito del internet, las nuevas
formas de consumir entretenimiento? Hoy no sólo no se pisa la tierra real, sino
que apenas se mira al mundo que está detrás de las pantallas de los smartphones. En el siglo XXI, lo que se
dijo en la conferencia de Génova resuena con una nueva intensidad: “exagerando
un poco, podría decirse que [el hombre] no se encuentra con la obra de Dios,
sino con las obras de los hombres, que se han depositado encima de la Dios”.[3] Sin duda, esta
“exageración” se ha disminuido considerablemente: “el hombre se encuentra con
la naturaleza, en la mayoría de los casos, a través del filtro de su propia
obra, o sea, encuentra las huellas de su propio espíritu y de su propia
capacidad”.[4]
¿Qué impacto tiene esto en la experiencia de lo religioso? Ratzinger responde:
“[l]a religio técnica pasa a ocupar
por sí sola el lugar de la religión natural, es decir, el culto del hombre a sí
mismo: por necesidad interna, la autodivinización de la humanidad sucede a la
divinización de la naturaleza”.[5] No es para sorprenderse,
por lo tanto, que se idolatren a personajes como Steve Jobs, gurú de la
tecnología, y que los anuncios de las novedades de Apple sean eventos
catárticos cuasi religiosos, y que la gente pase la noche en vela haciendo fila
con tal de tener uno de los primeros iPads de nueva generación.
Las fuerzas de la
naturaleza, temibles y providentes, con las que antes había que lidiar reverentemente
para sobrevivir, ahora son tan solo interlocutores de la técnica, la cual se
encarga de someterlas cada vez más. Quien provee y resuelve las necesidades del
ser humano es el hombre mismo; por medio de su trabajo, se hace cada vez más
capaz de dominar a la naturaleza y obtener de ella, despóticamente, los
recursos que desee. Las fuerzas del cosmos ya no son divinas, sino que obedecen
a leyes profanas que hay que aprender a conocer para controlar las cosas y
sacarles provecho: “el mundo –concluye Ratzinger– está irrevocablemente
desdivinizado, se ha hecho profano; solo el hombre ha quedado en escena y, por
supuesto, ahora siente una suerte de veneración religiosa por sí mismo o, en
todo caso, por una parte de la humanidad, a la que debe el progreso técnico”.[6]
[1] JROC VII/1, 44.
[2] Hans Freyer, Teoría de la época actual
(México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1958), 29. Aunque no en el texto
que se está comentando, Ratzinger remite a esta obra de Freyer dentro del
contexto de los debates del Concilio sobre la comprensión del mundo de su
tiempo. (Cf. JROC VII/1, 447-449)
[3] JROC VII/1, 45.
[4] JROC VII/1, 44.
[5] JROC VII/1, 45.
[6] JROC VII/1, 45. Me parece importante tener en
cuenta que Ratzinger no pretende condenar a la técnica: “hay que guardarse de
acusar de herejía a la técnica”, escribe. (JROC
VII/1, 44) “Lo arriba dicho no ha de entenderse, pues de ese modo. Solo se trata
de afirmar que cada situación de la historia humana abriga en sí sus
posibilidades especiales así como sus peligros especiales”. (44-45)
Comentarios