Transcripción literal de la conferencia "La misericordia a la luz de la visita del papa Francisco a México"


Primera parte

Hola, qué padre estar aquí. Cuando le preguntaron al papa Francisco ¿a qué vienes a México?, respondió que no venía como un rey mago a repartir regalos o a resolver problemas, sino como un peregrino, como un peregrino de la paz y de la misericordia. De hecho, ese es el lema del viaje: peregrino de la misericordia y de la paz. Estuve analizando las palabras que utilizaba el Papa en sus discursos y homilías, y me di cuenta de que la palabra que más usa el Papa entre sus discursos, ruedas de prensa, homilías, etc., es “Dios”, 106 veces aparece la palabra “Dios” entre todo lo que el Papa dijo en este viaje; después la palabra “Jesucristo”, 54 veces; después la palabra “misericordia”, 43 veces. Otras dos palabras muy frecuentes son “familia” y “Guadalupe”. Reflexionando un poco sobre qué es la misericordia, vamos a ver cómo estas realidades están trenzadas entre sí; realmente no se puede entender a Dios sin Jesucristo, ni a Jesucristo sin la misericordia, ni a la misericordia sin la familia, etc. Son realidades que están unidas en una sola.

En lugar de contarles de manera anecdótica de qué se trató el viaje del Papa (todo mundo vio algo de eso en la tele y en los medios o en el radio), quiero profundizar en el significado de la misericordia. Ustedes ya saben que estamos en el año de la misericordia; el Papa nos ha pedido en el documento que convocó al año de la misericordia, que profundicemos en ella, que nos enteremos de qué se trata la misericordia y la encarnemos en nuestras propias vidas. Por eso me puse a estudiar algunos documentos del Magisterio que hablan sobre la misericordia, particularmente Gaudium et spes, que es un documento del Concilio Vaticano II; Dives in misericordia, que es una encíclica que publicó san Juan Pablo II en 1980; y una gran encíclica de Benedicto XVI, su primera, que se llama Deus caritas est. En este rato vamos a estudiar un poquito en qué consiste la misericordia, cuál es su esencia, cuál es su contenido fundamental, y después veremos cómo la visita del Papa refleja ese contenido profundo de la misericordia.

San Pablo, en Romanos, dice una frase impresionante: “Dios encerró a todos en la desobediencia, para tener misericordia de todos”. Surgen dos preguntas: ¿Qué significa que Dios encerró a todos en la desobediencia? y ¿por qué quiere Dios tener  misericordia de todos? Cuando nos adentramos en estas cuestiones, tocamos el misterio del mal. ¿Por qué Dios permitió que lo desobedeciéramos? Evidentemente Dios no produjo la desobediencia, Dios no es la causa del mal, pero sí que lo permitió, y pudo no haberlo permitido. ¿Y por qué lo permitió? San Pablo nos da una pista: porque quiere tener misericordia.

Cuando San Agustín se preguntaba cómo era posible que de un Dios bueno, todopoderoso, saliera un mundo en el que hay sufrimiento, injusticia, muerte, drama, descartados, etc., le costó mucho trabajo responder. Es más, le costó mucho trabajo creer en la fe católica. ¿Cómo voy a ser yo católico si me están diciendo que este Dios es bueno y  creador, y veo su creación y es un desastre; prendan las noticias y verán. Y San Agustín llega a una conclusión muy cierta: Dios no hubiera permitido el mal si no fuera capaz de sacar bien de ese mal. Si Dios no hubiera visto un “plan b”, si Dios no fuera capaz de encerrar  el mal dentro en un contexto más amplio, no lo hubiera permitido en primer lugar. Algo va a hacer Dios con el mal que va a colocar a la creación en una situación mejor a que si nunca hubiera existido ese mal. Naturalmente nos preguntamos ¿qué es eso que Dios va a sacar del mal? Tiene que ser muy grande, porque el mal no es una cosa trivial, el mal no es una palabra abstracta: el mal es el dolor, el sufrimiento, la muerte, los abusos a niños, la trata humana... Todo eso es el mal, y Dios lo permite, y si Dios dijera no, no ocurriría, y ahí está el mal presente. Tiene que ser algo muy grande lo que Dios va a sacar de eso para que lo haya permitido. San Pablo responde: es la misericordia.

Cuando el hombre peca, cuando cae, cuando desobedece a Dios, su panorama es desolador; su mundo se convierte en un mundo de injusticia, en un mundo de odio, de envidia, de soledad, de pleito entre unos contra otros, y en principio es justo que el hombre padezca las consecuencias de su desobediencia. Ante la realidad del pecado Dios pudo haber dicho “bueno, pues esa fue tu elección, pues ahí te quedas”. Dios hubiera sido muy justo si nos hubiera abandonarnos a la suerte de nuestra desobediencia; no tendríamos nada que reprocharle. Dios estaría haciendo lo que una persona justa debe de hacer: “¿tú elegiste eso? adelante, atragántate de tu desobediencia y padece sus consecuencias?” Esas consecuencias son todo el mapa desolador del que les estoy hablando.

En el Antiguo Testamento, Dios se compara a sí mismo con un esposo para explicarnos el amor que nos tiene; y a la Iglesia, a la humanidad, al pueblo elegido, lo compara con una esposa. Dios nos trata de explicar cuánto y cómo nos quiere usando la imagen del amor conyugal. Dios se presenta a sí mismo como un esposo celoso de su esposa, y su esposa que le es infiel, se va con otros amantes. Es increíble que Dios haya utilizado esta imagen para explicarnos su amor. Carlos Llano decía que entre una hormiga y un hombre hay menos distancia, infinitamente menos distancia, que la que hay entre un hombre y Dios. Imagínense lo ridículo que sería que yo empezara a comparar mi amor por una hormiga, como si yo fuera el esposo de la hormiga o que alguien se deprimiera porque la hormiga no le hace caso, o que alguien se enojara porque la hormiga no quiere permanecer en su mano; sería ridículo. Y Dios, de alguna forma, es así de ridículo; así de ridículo es el amor de Dios. Él, que es mucho más grande que el hombre, más que lo que el hombre es respecto de una hormiga, está ridículamente enamorado del hombre. Eso hace que a Dios no le sea indiferente lo que el hombre haga; al contrario Dios se muestra bastante afectado por las acciones humanas. Si ustedes leen el Antiguo Testamento, se van a encontrar con un Dios terriblemente indignado, y serán testigos de un Dios severo, de un Dios que se enoja, y cae fuego del cielo por su ira. ¿Por qué es así Dios? Nos está manifestando cómo realmente tiene celos, cómo desea la correspondencia de la novia, la correspondencia de la esposa, que es la correspondencia de la humanidad, la correspondencia tuya y mía; y la novia no corresponde, se va con otros amantes, se va tras el poder, el dinero, el egoísmo, tras todos esos caminos que no van de acuerdo con la ley de Dios. El novio sufre este adulterio espiritual.

¿Qué hace Dios ante este adulterio? Al principio es muy severo: “voy a vallar con zarzas sus caminos, la cercaré de tapias y no encontrará sus senderos. Irá tras sus amantes, pero no los alcanzará; los buscará, pero no los encontrará”. Parece como si Dios dijera “no voy a permitir que sea feliz sin mí porque la quiero conmigo”. Y la cosa se pone peor: Dios entra en un estado de indignación, de ira, de violencia, y Él sí tiene derecho a la venganza, nosotros no, pero Dios sí, porque es justo y es inocente: “haré que cesen todos sus regocijos, todas sus fiestas”. Y el problema va creciendo, y la ira de Dios se manifiesta más grave: “se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, y se entristeció en el corazón.  Y dijo el Señor: — Borraré de la faz de la tierra al hombre que he creado”. Estaba apunto de destruirnos como un esposo podría destruir a su esposa enfadado por su infidelidad. Pero resulta que no puede, que le gana la ternura; nos amenaza, nos presenta una imagen aplastante de su enojo y de su indignación, y se arrepiente. Dice Juan Pablo II en su Dives in misericordia “cuando, exasperado por la infidelidad de su pueblo, el Señor decide acabar con él, siguen siendo la ternura y el amor generoso para con el mismo lo que le hace superar su cólera”. Por una parte, vemos a un Dios que nos muestra una cólera terrible; por otra, a un Dios vencido por la ternura. Es importante que entendamos esa cólera. Tiene un sentido la violencia de Dios en el Antiguo Testamento, porque nos revela el tamaño de esa cólera. Y precisamente porque esa cólera es gigante, superarla es un acto de amor sublime. Y eso es lo que Dios va a hacer, superar esa cólera. Dice Ratzinger: “El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia”.

Ante la repetida infidelidad de la esposa, ¿qué podría hacer justamente un amante? Quizá buscarse a otra mujer: si ésta es infiel, me voy con otra. Eso sería tal como destruir a la humanidad y crearse una humanidad nueva; regresar al hombre a la nada y volverse a hacer a otro hombre, a ver si el nuevo es mejor. Pero Dios es fiel, Dios no puede regresar al hombre a la nada,  porque Dios lo ama con un amor de predilección. Dios eligió a esa mujer y dice obstinadamente “no quiero otra, punto. Ésta es la mía, yo la elegí, yo la creé porque yo la elegí”. Vemos a un Dios iracundo y celoso, pero su amor le impide descargar esa ira o esa indignación que siente por la traición del hombre, por la traición de cada uno de nosotros. Eso es lo que Francisco quería decir hablándole a los obispos cuando se refería a la debilidad omnipotente de Dios: la grandeza de Dios al final será mostrar su amor que supera a la cólera, que supera a la justicia, y ese amor es su debilidad. De alguna forma Dios ha sido vencido por el amor, Dios no puede dejar de amar.

Regresemos a las palabras de San Pablo: “Dios encerró a todos en la desobediencia, para tener misericordia de todos”. Dios permite que el hombre desobedezca porque, precisamente por la desobediencia, aparece un paisaje nuevo delante delante de Él, hay una oportunidad para mostrar la misericordia. Dado que hay desobediencia, dado que hay pecado, y todas las consecuencias de la desobediencia y del pecado, entonces aparece un panorama nuevo, un panorama en el que Dios puede mostrar su misericordia. Dios es amor dice San Juan; esa es la definición de Dios, la mejor de todas. Y no es metafórica; es literal: Dios es amor. Y la misericordia es el modo propio de mostrarse del amor ante el pecado. En otras palabras, cuando el amor se encuentra con el mal y el sufrimiento y el pecado y la traición, ese amor se muestra ante esa realidad a manera de misericordia. La misericordia es el modo de manifestarse del amor ante una realidad de sufrimiento, de debilidad, de pecado y de muerte. Si nunca hubiéramos pecado, quizá Dios nos podría mostrar su amor de otras formas, pero aprovechando que pecamos, Dios encuentra un terreno espectacular para mostrar su amor de una manera exquisita, que es el modo de la misericordia. La misericordia es entonces un modo de manifestar el amor que requiere desobediencia, sufrimiento, pecado, traición, desgracia. Una vez que aparecen esas realidades que padece el hombre por el pecado, Dios tiene una oportunidad; ahí va a haber misericordia. De alguna forma, la desobediencia ha abierto las puertas de la misericordia. Por eso en la liturgia de la vigilia pascual rezamos en Misa Felix culpa, “feliz culpa que mereció tal redentor”. No es que el pecado sea una cosa buena; es una cosa muy mala, y precisamente por eso va a haber misericordia. Pero a pesar de su intrínseca maldad, Dios supo recrear al mundo que había desobedecido a  través de la misericordia. La misericordia es el amor cuando extrae bien del mal, cuando convierte el mal en bien. Dios no se quiso dar por vencido, no quiso perder a su esposa: optó por convertir la infidelidad de la esposa en una ocasión de bien por medio de la misericordia. En lugar de destruirla en la justicia, la va a recuperar en la misericordia.

¿Cómo va a recuperar Dios a su esposa? ¿Cómo se concreta esa opción de la misericordia? Una alternativa sería ir por la esposa y traerla a la fuerza, encerrarla en casa, no dejarla salir, amenazarla; ese es el camino de la ley. “Mira, a base de leyes y amenazas voy a hacer que estés cerquita de mí, y cada vez que incumplas la ley voy a ejercer contra ti un castigo”. Se puede empezar a apreciar lo quiere decir San Pablo cuando dice que Dios nos liberó de la ley. La ley es estar sometido a la voluntad de Dios por deber de justicia. Y ese no es el camino que Dios escoge: es el primer paso, pero ahí no acaba la historia. Dios nos revela, también a través del profeta Oseas, cuál va a ser su modo de reconquistar a la esposa. No es ni la violencia, ni la coacción: es la seducción. Dios va a seducir al hombre con un amor irresistible, con un amor que nadie puede rechazar, un amor tan grande que te vence, que te hiere, que te conquista.

No hay amor más grande – dice Cristo  en el Evangelio– que dar la vida por los amigos. Puesto que el hombre ha pecado y se encuentra en estas condiciones tan desoladoras, Dios tiene la oportunidad de morir por él, de manifestar su amor en ese extremo. Ahora, Cristo no nada más va a llegar con el hombre a decirle “te amo hasta la muerte”; su palabra es hecho, su palabra es historia, su palabra es carne.  Dios va a decirle al hombre “te amo” con una realidad inaudita, no con un concepto, no con un poema, no con una canción,  sino con un hecho en carne viva:  esa es la muerte de Cristo en la cruz. Cristo, podríamos decir, es  la seducción de Dios. A través de Cristo, Dios pretende seducir al hombre para recuperarlo por vía del amor y de la libertad, y no a través de la ley y de la coacción. Dios quiere darnos una vida nueva en la misericordia, esa vida nueva es una vida en el amor y en la libertad, y no en el deber, la y el miedo. Eso es liberarnos de la ley, eso es abrirnos el mundo del amor y de la libertad.

Tenemos que tener en cuenta que el camino que Dios elija, tiene que lidiar con la maldad. El mal existe y tiene que ser corregido. Dios no puede simplemente olvidarse de los pecados. El perdón de Dios no es nada más mirar para otro lado como si el mal no existiera, o como si nunca hubiera pasado. El mal es una realidad que exige justicia y exige reparación, y Dios va a, destruir ese mal. No lo puede simplemente esconder: no es como barrer y echar la mugre debajo del sillón; sigue la mugre ahí aunque no la veamos. Dios no se va a hacer de la vista gorda como si no hubiera existido el mal; tiene que aniquilarlo, tiene que destruirlo. Ratzinger lo explica así: “la realidad del mal, de la injusticia que deteriora el mundo y contamina a la vez la imagen de Dios, es una realidad que existe, y por culpa nuestra. No puede ser simplemente ignorada, tiene que ser eliminada”. En otras palabras, tiene que haber justicia,  porque la justicia repara el daño. Pero hay un problema, ¿cómo se va a hacer justicia? ¿de qué depende? ¿cuánto se tiene que reparar?

¿Qué pasa si yo llego al Louvre en París y destruyo la Mona Lisa? ¿Cómo reparo eso? Tengo 1000 pesos en la bolsa, ¿de dónde voy a sacar para pagar esa Mona Lisa? No puedo. De manera semejante, el hombre no puede reparar el daño causado por el pecado, porque el daño causado es grande en la medida en que el objeto dañado es grande. Como el objeto dañado es Dios, como el indignado es Dios, ¿quién puede reparar ese daño? Nadie, más que Él,  y eso es lo que quiere decir Ratzinger cuando dice que el amor de Dios lo pone en contra de sí mismo. Cristo en la cruz es Dios contra sí mismo. Cristo en la cruz es la justicia,  la justicia plena. Cristo va a pagar todas esas maldades. Él como Dios, sí que lo puede hacer. Que sufra un Dios inocente,  es suficiente para reparar esa culpa del hombre,  que ha dañado a un Dios inocente. El hombre no podía haberlo hecho, pero Cristo sí puede. El profeta Isaías nos anticipa cómo Dios va a aniquilar el mal: “Creció en su presencia como un renuevo, como raíz de tierra árida. No hay en él parecer, no hay hermosura que atraiga nuestra mirada, ni belleza que nos agrade en él. Despreciado y rechazado de los hombres, varón de dolores y experimentado en el sufrimiento; como de quien se oculta el rostro, despreciado, ni le tuvimos en cuenta. Pero él tomó sobre sí nuestras enfermedades, cargó con nuestros dolores, y nosotros lo tuvimos por castigado, herido de Dios y humillado. Pero él fue traspasado por nuestras iniquidades, molido por nuestros pecados. El castigo, precio de nuestra paz, cayó sobre él, y por sus llagas hemos sido curados. Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, cada uno seguía su propio camino, mientras el Señor cargaba sobre él la culpa de todos nosotros». Fue maltratado, y él se dejó humillar, y no abrió su boca; como cordero llevado al matadero, y, como oveja muda ante sus esquiladores, no abrió su boca. Por arresto y juicio fue arrebatado. De su linaje ¿quién se ocupará? Pues fue arrancado de la tierra de los vivientes, fue herido de muerte por el pecado de mi pueblo. Su sepulcro fue puesto entre los impíos, y su tumba entre los malvados, aunque él no cometió violencia ni hubo mentira en su boca. Dispuso el Señor quebrantarlo con dolencias. Puesto que dio su vida en expiación, verá descendencia, alargará los días, y, por su mano, el designio del Señor prosperará. Por el esfuerzo de su alma verá la luz, se saciará de su conocimiento. El justo, mi siervo, justificará a muchos y cargará con sus culpas. Por eso, le daré muchedumbres como heredad, y repartirá el botín con los fuertes; porque ofreció su vida a la muerte, y fue contado entre los pecadores, llevó los pecados de las muchedumbres e intercede por los pecadores”. Esto es un relato de la pasión anunciada ya en el Antiguo Testamento. Nos revela que efectivamente habrá justicia; sólo así puede aniquilarse la maldad. Pero, puesto que el hombre no es capaz de que se haga justicia, Cristo se hace cargo. Aunque todos los hombres murieran eternamente, aunque todos se fueran al infierno, no acabaría de hacerse justicia; los pagos de todos los hombres juntos, no alcanzan para reparar el daño causado. Solamente un Dios inocente, dándolo todo, dando la vida, hasta la última gota, puede hacerse justicia, y no solo hacerse justicia, sino con sobreabundancia, porque lo que se hizo fue pagar con creces, de sobra,  por decirlo de alguna manera. Si se debían diez millones de dólares de repente llegó Cristo y dijo “pues yo pago diez mil billones…”.  Por medio de la pasión de Cristo, no sólo ya no hay deuda, sino que hay gracia en abundancia.

Tomás de Aquino, en la Suma Teológica, se hace la pregunta: ¿cuáles son los beneficios de la Pasión? Responde que son 5 ¿Por qué la cruz es un modo exquisito de redimir al hombre? Además de que paga la deuda del pecado, es decir, se hace justicia:
1) El hombre conoce cuánto lo ama Dios.
2) En la cruz Cristo nos muestra un ejemplo de virtudes, nos muestra cómo corresponder a su amor. Aquino veía en la Cruz una escuela de virtudes. Si contemplo un crucifijo veo paciencia, humildad, fortaleza, verdad, amor, justicia; veo todas las virtudes, colgadas en un madero. tres,
3) Nos abre la vida de la gracia.
4) Nos refrenda del pecado, porque cuando uno se da cuenta  del precio de sus pecados, uno se la piensa dos veces si quiere pecar o no, porque ha costado mucha sangre.
5) Dignifica la naturaleza humana, porque quien causó todo el desastre del pecado fue el hombre; le corresponde al hombre repararlo. El demonio venció al hombre, lo tentó y lo venció, y ahora, para que la humanidad sea dignificada, tiene que ser un hombre el que venza al demonio. Sólo así la naturaleza humana queda reivindicada.

Voy a comentar un par de estos beneficios: por medio de la cruz el hombre conoce cuánto lo ama Dios. El hombre tiene que conocer ese amor de Dios, porque mediante ese amor es seducido. El hombre no es capaz de resistirse a la misericordia. Cuando el hombre experimenta que es amado, se convulsiona por dentro, y quiere corresponder. Así le pasó a Jean Valjean cuando lo perdona el obispo Bienvenue. Para el obispo, Jean Valjean no era sólo el número 24601, sino que le reconoció en la caridad su dignidad íntegra. Aquello derrotó al corazón de Valjean y sufrió una profunda conversión. Que Dios nos haya permitido conocer su amor, nos mueve a corresponderle de manera libre, no coaccionada. Dios no impone el amor. Dice Benedicto XVI en Deus caritas est: “Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor. Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este « antes » de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta”. Dios no nos dice “me tienen que amar a la fuerza”. Dios nos abre una ruta para que nosotros podamos amar a través de seducción,  a través de la experiencia su amor. Esa es la grandeza de la cruz.

En segundo lugar Dios nos muestra en la cruz un ejemplo de vida, que además hace explícito diciéndonos: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga.”. Esto ya no es una imposición en el deber sino que es una invitación en el amor. No es la ley de antes; ahora Dios nos dice “te muestro mi amor y sé que mi amor puede moverte a que tú, libremente y por amor, reacciones, correspondas.

En tercer lugar nos abre la vida de la gracia a través de los sacramentos. Por la Cruz, Cristo nos hace hijos de Dios, en pocas palabras. Dios, al redimirnos, no nos regresó simplemente a donde estábamos. No dijo “ok, a ver, ya se me cayó el hombre, ahora lo regreso a donde estaba”. No. Eso no es la redención. Antes estábamos frente a Dios, Dios acá y la criatura allá; en Cristo nos volvemos dentro de Dios, vida de Dios, porque Cristo nos hace hijos de Dios. Si yo pago cien pesos por unos cigarros, obvio significa que soy muy adicto, pues uno paga según valora la cosa. Si Dios paga por el hombre con la vida de Dios, ¿cuánto valora Dios al hombre? Es una lógica muy sencilla, ¿cuánto vale un hombre para Dios, si Dios ha pagado con toda la sangre de Dios por ese hombre? Lo mismo que Dios; Dios valora a cada hombre como si fuera Dios mismo. El hombre ha sido elevado a una dignidad inaudita. El hombre, por los méritos de Cristo, vale lo mismo que vale Dios, porque el hombre por los méritos de Cristo puede habitar en Cristo y vivir la misma vida de Cristo. Al hombre se le pueden adjudicar por el bautismo todos los títulos de Cristo: hijo de Dios, sacerdote, profetas y reyes. Esto ha sido posible por la sobreabundancia de la Cruz, que no nada más paga el pecado, sino que nos incorpora a vivir la vida de la Trinidad, esto es, nos hace familia de Dios, no como criaturas que están afuera, sino como un hijos adoptivos que viven dentro de sus entrañas, en el corazón de la Trinidad.

Ahora bien, si somos familia de Dios, por haber sido redimidos e incorporados a su vida, no podemos amar a Dios sin amar a su familia, y aquí es donde se conecta el amor a Dios y el amor al prójimo, que no se pueden separar. La misericordia, por su propia naturaleza, se desborda. El amor de Dios nos excede y no se puede quedar sofocado en el interior del individuo. Nos une profundamente a él y nos une entre nosotros. El exceso del amor de Dios se busca una salida desde quien lo recibe hacia los demás. Cuando realmente se experimenta su misericordia, hace que quien la vive, se vuelva misericordioso a su vez de manera espontánea. La misericordia no se puede simplemente recibir y ya, sino que se recibe y pide una salida, pide una correspondencia. Por ello, nos hace uno en Cristo.

Una primera manifestación de la misericordia es que no juzga. Dios nos ha quitado en la Cruz el derecho a juzgar al prójimo. Nadie puede condenar a su prójimo, porque cada uno ha sido perdonado. Imaginemos que Lourdes me debe 10 pesos, y continuamente le insisto que me pague. Un día se acerca Mariana y me dice: “mira, deja de molestar a Lourdes, toma los 10 pesos que te debe más otros 10”. Si recibo ese abundante pago Mariana, sería muy injusto que continuara cobrándole a Lourdes. Mariana me habría quitado el derecho de cobrarle. Es verdad que los hombres hacemos cosas muy malas, pero de modo semejante todas ya han sido pagadas. Dios nos ha quitado de la boca el derecho de cobrar, Dios nos ha quitado el derecho de juzgar a los demás, porque Él ha pagado todas las deudas.

La misericordia encuentra a Cristo en el pecador, porque se le puede perdonar en correspondencia al hecho de que uno ha sido muy perdonado. También encuentra Cristo en el pobre y el necesitado. Explica Ratzinger: “Jesús se identifica con los pobres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos y encarcelados. ‘Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’ (Mat 25, 40). Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios”. Puesto que Dios nos ha metido a todos dentro de su ser, y nos ha hecho hijos suyos en su propia carne, atentar contra el prójimo que está dentro de Dios, y que es en el ser de Dios, es atentar contra Dios mismo, y a la inversa. Esto es precioso, porque sería una crueldad, realmente sería una crueldad, ser amado y no poder corresponder. Imagínate que recibes amor, y tu corazón se convulsiona y quiere responder, y no tiene rutas para hacerlo. Cuando alguien te ama, quieres amar de regreso, y si no amas de regreso te sientes mal. Por eso es una gracia hermosa que Dios nos haya abierto la ruta del prójimo para corresponder a su amor. Todas las obras de misericordia son correspondencia al amor de Dios. Dios te ha dado todo cuanto posees, te ha perdonado, te ha amado, te ha alimentado con el pan y con la eucaristía, te ha vestido con la ropa que usas y con la túnica blanca del bautismo que te confiere una nueva dignidad, te visitó cuanto estabas preso del pecado y te curo cuando estabas enfermo. Y tan grande es su amor, que se ha hecho pequeño para que tú también lo puedas amar. Así como Dios te ha dado comida, tú le puedes dar comida a Dios en el prójimo; así como Dios te ha vestido, tú puedes vestirlo a él. En el prójimo puedes perdonar a Dios, visitarlo en la cárcel, acompañarlo en el dolor y la miseria. Puedes ir a dar un consejo al necesitado y así estas aconsejando a Dios en ese necesitado, como Dios te ha aconsejado siempre. Todas las obras de misericordia son amor a Dios, y no se le puede amar sin amar al prójimo. La misericordia es pura correspondencia a lo que hemos recibido gratuitamente.

Reflexionemos algunas cosas que dijo el Papa en México a la luz de lo que hemos estado comentando sobre la misericordia. ¡Qué grande es la misericordia de Dios que nos ha permitido desobedecer para exhibir su inmensidad y deleitarnos en ella. La misericordia de Dios nos hace felices en la conciencia de la filiación. Francisco nos pidió en el sermón de la Villa que hiciéramos conciencia de nuestro bautismo, porque hacer conciencia de nuestro bautismo es hacer conciencia de que somos hijos de Dios. Esa conciencia es lo que nos hace felices, porque es lo que nos descubre cuánto nos ama. Recordemos la parábola del hijo pródigo. El hijo pródigo vivía con todos los bienes de su padre en casa y decide irse a gastar la herencia, y regresa humillado y el padre no lo espera; sale a su encuentro. Y no solamente sale a su encuentro, sino que hace una fiesta, ya sabemos la historia... ¿Cuál es la mejor condición de ese hijo, antes de haberse ido de casa o después de haber sido recibido nuevamente por su padre? Hay algo nuevo en la nueva vida del hijo pródigo: ya no solo tiene todo lo que tenía antes, sino que es consciente de la dimensión de su filiación, saborea su dignidad de un modo nuevo. Si Dios ha permitido la desobediencia, el pecado, el sufrimiento y la muerte, es porque una vez que volvamos a casa, en nuestro Cielo definitivo, en la presencia íntima de Dios, tendremos una nueva conciencia de quiénes somos para Dios, unos hijos que Dios ha perdonado y les ha celebrado su regreso y ha hecho una fiesta por ese regreso; es mejor estar con Dios después de todo este transcurso histórico de sufrimiento y muerte, a haber estado con Dios desde el principio sin ningún problema. Por eso nos encerró a todos en la desobediencia, porque después de mostrar el océano de misericordia, el hombre va a ser muy feliz, va a dimensionar, va a deleitarse, va a ser capaz de degustar el amor de Dios con una nueva intensidad.

El Papa Francisco decía a los obispos Mexicanos que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios; esto es, la seducción de Dios de la que he estado hablando. Solamente si vemos a Dios misericordioso, podemos corresponder, porque somos conquistados a través de esa ternura. Por eso Francisco le dijo a los obispos que si realmente quieren hacer el bien a su pueblo, tienen que mostrar esa ternura de Dios, porque a base de adoctrinamientos, no van a conquistar a nadie; se conquista a través de la misericordia, que es lo único que convulsiona al corazón, lo que hace que el corazón simplemente no se pueda quedar quieto. Acercar a los hombres a Dios es mostrarles su misericordia. Es ella la que hace que la gente se mueva, no las indicaciones abstractas y las clases magisteriales. A través de los cristianos las personas han de experimentar el amor de Dios. Eso hace que las personas se acerquen y busquen corresponderle. Si la moral, y con moral quiero decir todas las cosas que debemos y tenemos que hacer, no está fundada en el amor, no tiene sentido. Sería exactamente lo mismo que la ley, la ley que tiene miedo; la moral encuentra auténtica vitalidad a través de la experiencia del amor y la misericordia. Cuando hay experiencia del amor, cuando alguien se sabe, se siente y se vive amado por Dios, entonces su correspondencia será gratuita. Ya no estará haciendo las cosas por miedo y deber. Comienza a salir de él un movimiento gratuito de correspondencia al amor de Dios, y entonces sí, toda la moral tiene sentido. No sirve de nada decirle a alguien, “oye tienes que ir a Misa porque si no te vas a ir al infierno”. Lo que hay que hacer, en cambio, es darle a conocer el amor de Dios, en primer lugar con testimonio, con vida, y cuando esa  persona sea herida por un amor tan grande, dirá “¿qué tengo que hacer para corresponder a ese amor? Quiero amar a Dios de regreso”. Y entonces tiene sentido todo el mundo moral, que sería estéril si no se sostiene de un encuentro hondo con la misericordia de Dios. Moralizar al mundo sin presentarle el amor de Dios no lleva a ningún lado. Por eso el Papa insiste a los obispos en que se note que son personas que han visto el rostro de Dios. ¿Y cuál es el rostro de Dios? Cristo que revela la entraña misericordiosa del Padre. Alguien que ha conocido a Cristo no es capaz de permanecer indiferente; experimenta la necesidad de compartirlo. Entonces sí que provoca la conversión, que es ese intento del corazón de moverse hacia la correspondencia al amor. No se puede uno convertir a fuerza de leyes. No, las leyes no convierten; lo que convierte es la seducción de Dios. Si queremos que alguien se convierta, lo que hay que hacer es introducirlo en la experiencia de ese profundísimo amor de Dios, pues ese sí que es capaz crear un corazón puro. Y cuando alguien quiera corresponder, entonces se le puede mostrar lo que Cristo nos ha pedido que hagamos, que en el fondo es caridad: tú que has recibido amor, misericordia, perdón, pan, agua,, todo gratuito, si quieres corresponder, tienes a un prójimo para hacer lo propio.

--- En breve se publicará la segunda parte ---


Video de la conferencia: http://goo.gl/hgOGlB.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

¿Los 11 tipos de familias en México?

LGBT: rumbo a la nada

Fuerte como la muerte